Sha Jahan, gobernador mongol de la India se casó en 1612 con Mumtaz Mahal, una doncella de sangre real. Al morir su amada, en 1631, fue tal la pena del gobernador que mandó a construir el Taj Mahal como homenaje póstumo para ella y en vida para él. La obra se terminó 22 años después de la muerte de la reina, y extramuros del complejo se levantaron también varios mausoleos secundarios para las demás viudas del harén del gobernador.
Sha Jahan culminó sus días observando desde la ventana el radiante mausoleo. Según la leyenda, lo veía reflejado en un espejo por el ángulo de visión. Murió a los 74 años y fue sepultado dentro de un cenotafio al lado de la mujer que más amó.
Al complejo amurallado del Taj Mahal se accede por el sur, y se llega al recinto principal por un patio de piedra roja. Pero los cenotafios de los reyes están del otro lado de un gran portal, al fondo de unos jardines persas que armonizan con la fastuosidad de todo el conjunto. Estos jardines simbolizan el modelo del paraíso musulmán, donde cuatro ríos –en este caso acequias– emanan de una fuente central hacia los cuatro puntos cardinales “con cauces de agua, leche, vino y miel”. A su vez, estos “ríos” confluyen en un gran estanque de mármol que se corresponde con el “lago celestial de la abundancia” del que hablaba Mahoma. Estos jardines están divididos en cuatro cuadrantes de los que se abren avenidas de árboles, hermosas fuentes y estanques que reflejan la belleza invertida de los edificios, llevando al extremo los juegos de simetrías.
Para levantar la estructura general no se utilizaron los tradicionales andamios de bambú sino otros, hechos con ladrillos, del lado interno y externo del edificio. Y como los materiales llegaban desde la cercana ciudad de Agra, se construyó una rampa de 15 kilómetros entre los dos puntos, por la cual llegaban carretas con material tiradas por bueyes y elefantes.
El principal material utilizado fue el mármol blanco traído desde las canteras de Makrana en Rajastán. Casi toda la superficie del complejo está decorada al estilo musulmán –sin imágenes humanas, ni de Alá–, con incrustaciones de piedras preciosas, motivos geométricos y las transcripciones del Corán.
La obra restaurada