El 2020 es un año que quedará marcado en los anales de la historia. Nos ha tocado vivir la influencia de un virus que en un inicio pensamos sólo quedaría en un marcado número de contagios, que luego pasó a convertirse en epidemia hasta lograr altas cifras de contagios que fue nuevamente catalogado en nivel de pandemia.
Vivir una pandemia global se escribe fácil, pero se pronuncia difícil; los número fríos indicando que hoy día los contagios rondan cerca del 8,500,000 y las defunciones confirmadas alrededor de los 445,000; sin contar las muertes por "neumonías atípicas" que en la gran mayoría de los casos se traducen a cifras por coronavirus.
El estar en aislamiento obligado conlleva una serie de efectos en los humanos, principalmente cuando siempre has tenido una vida activa. Estudios científicos han demostrado que las personas que conviven en menor cantidad generalmente presentan problemas de salud y algunas veces hasta son mayormente propensas a fallecer. Particularmente se ha detectado que el aislamiento social por largos períodos tiene un impacto altamente negativo en el sistema nervioso y el comportamiento de los individuos.
La restricción de movilidad y confinamiento de las personas es una de las medidas adoptadas para evitar la propagación del virus COVID-19, aunque se trata de una medida imprescindible para afrontar la pandemia y qe está salvando miles de vidas, también resulta obvio que puede producir efectos negativos sobre la población.
El cerebro puede reaccionar de maneras infinitas al percibir un encerramiento. La interacción humana es una parte fundamental de nuestras vidas: nuestro cerebro está diseñado para socializar y sufre cuando vemos reducidas las relaciones. Podemos desarrollar problemas serios de nervios hasta llegar a desencadenar diferentes enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia, la depresión o ansiedad.
Según sea la madurez de nuestro cerebro, el aislamiento puede afectarnos de diferentes formas, pero ciertamente tiene un impacto mayor en las primeras etapas de nuestra existencia; es decir en individuos menores. Esto se debe a que nuestro cerebro es particularmente sensible durante la infancia y la adolescencia, porque aún está acabando de formarse. Concretamente en algunas áreas cerebrales, como la corteza prefrontal, la formación y desarrollo de contactos neuronales y se están terminando de pulir los circuitos cerebrales que gobiernan aspectos críticos de nuestro comportamiento.Sin embargo, los seres humanos nos estamos adaptando y la gente está aportando diferentes soluciones creativas a estos nuevos desafíos.
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Fuente: The conversation